Blogia
ENTRE LINEAS

¿De vacaciones?

Cosas que no haré en el nuevo año ... ni nunca

Cosas que no haré en el nuevo año ... ni nunca

 

 

Cuando empieza el nuevo año lo cargamos de objetivos que nos proponemos cumplir a lo largo de sus trescientos sesenta y cinco o sesenta y seis días. A mi me ha llegado el momento de la vida en que hago el ejercicio al revés. Es decir, sé exactamente todas aquellas cosas que no voy a hacer en el año nuevo e, incluso,  en el resto que me quede de vida. Ahí escribo unas cuantas.

 

·        Ir en bicicleta por la Vía Láctea.

·        Esquiar en el Himalaya.

·        Participar en el concurso de saltos de esquí de Garmisch-Partenkirchen el primero de enero.

·        Dirigir la Filarmónica de Viena en el concierto de Año Nuevo.

·        Cruzar el océano Atlántico (o algún otro) navegando en solitario.

·        Volver a tener la misma edad de hace un año.

·        Cambiar mi estado civil. (*)

·        Dibujar palabras de amor en la piel deseada.

·        Cerrar los ojos para soñar despierto.

·        Ponerle nombre a una fantasía.

·        Sonreír al verme reflejado en unos ojos.

·        Escuchar melodías compuestas por el susurro de unas palabras que te despiertan al despuntar el día.

·        Pensar cual será el presente.

·        Saber cómo fue el futuro.

·        Viajar en el Tiempo.

·        Pedir perdón –de corazón- a todas las personas a las que hice daño.

·        Despedirme de los 7.000.000.000 de habitantes –o los que sean- del planeta Tierra.

·        Aparecer en un programa de televisión para declararle mi amor a alguien.

·        Escribir el último libro del Universo.

·        Dejar que el Tiempo pase por impedir que se quede.

·        Regresar a las estrellas en una alfombra mágica.

·        Descubrir el centro de la Tierra.

·        Empeñar la realidad en la ficción del mundo virtual.

·        Amar a quién amé.

·        Sentarme –acompañado- en una nube.

·        Congelar el fuego con  mis manos.

·        Hacer que el hielo se vuelva incandescente al escuchar el corazón.

·        Comprender ausencias no queridas.

·        Llenar vacíos ocupados.

·        Besar labios cautivos.

·        Sembrar en tierra baldía.

·        Averiguar si amanece la noche en que me vaya.

·        Observar el crepúsculo la mañana en que ya no esté.

·        Entender –de una vez- qué significa “ser muy amig@ de mis amig@s”

 

 

Y es que llega un momento en la vida que estás muerto.

 

(*) Por mucho que pienso no logro discernir cuál es el estado civil de un muerto. ¿Tal vez ‘viudador’? 

 

 

Vivir sin amor

Vivir sin amor

 

El amor y la pasión, necesidades básicas del ser humano. O la pasión y el amor por ponerlos en orden inverso. Sin embargo puedo llegar a vivir sin amor. El amor lo puedo comprar, argumentar, crear, falsificar. Lo puedo hasta inventar, Pero no la pasión. La pasión, ese entusiasmo que se siente en la contemplación, ese enardecimiento que se nota en el roce, ese arrebato que se percibe en el olor, ese ímpetu que se descubre en el sabor, no lo puedo comprar, ni crear. Mucho menos falsificar o inventar. La pasión o es o no es.

 

La caída de los mitos

La caída de los mitos

No hay nada mas sencillo que romper con el mito de la persona enamorada. Basta con trasladarla del olimpo de los dioses en el que la solemos situar en los estados de pasión amorosa y colocarla en el mundo de los mortales, imaginando que tiene las mismas necesidades que cualquiera de ellos. Ver a esa persona, por ejemplo, sentada en la taza del water depositando los últimos residuos de la cadena alimenticia, transformando su embriagador aroma a Opium o Ralph Lauren en otro mucho mas penetrante y desagradable o, ser conscientes, que cuando se resfríe, las secreciones resbaladizas de su nariz serán de la misma pegajosa textura y color que las de cualquier hijo de vecino. Por mucho que nos empeñemos en lo contrario, el líquido que sale de su vientre a través del tubo que le inyecte el cirujano estético para practicar una liposucción, será igual de amarillento y viscoso que el de cualquier otro ser mortal y que, por muchas sesiones de gimnasio, rayos uva y demás zarandajas a las que se someta, por mucho bisturí que corte su piel, el deterioro de su cuerpo será inexorable hasta que sea pasto de los gusanos o de las llamas. Pensando en todo ello sería fácil dejar de amar a quién quieres con locura… ¡¡ Me gustaría conocer al gracioso o graciosa que dotó a esa mierda de cuerpo de una mente capaz de tener sentimientos ¡!

La buena vida es cara. La hay más barata pero no es vida

Os invito a dar un pequeño paseo por una parte de "mi" Mediterráneo. Excepto la música -que espero Fito no me la haga retirar- lo demás pertenece a la creación e idea del autor.

 

Amanecer a tu lado

Amanecer a tu lado

Son las siete de la mañana. Me acabo de despertar. O, quizás, no he dormido en toda la noche al saber que estabas a mi lado. Ayer por la noche quise saber, ver, cómo te dormías, cómo sería tu entrada en el mundo de los sueños estando conmigo... Se que tú tampoco querías dormirte esperando lo mismo que yo, pero te engañé. Te engañé haciéndome el dormido y esperando que tu te recostases a mi lado abrazándome muy fuerte, como hacías cuando eras niña con tus muñecos de peluche. No me moví y no veas el esfuerzo que me costó mantenerme en esa posición y que mi respiración no se alterase. Finalmente te pudo el cansancio y tus brazos alrededor de mi cuerpo se fueron relajando. Fue entonces cuando pude cumplir mi deseo y me incorporé en la cama, a tu lado. Lenta y sigilosamente. Tenía miedo que notases la ausencia de mi cuerpo entre tus brazos. Pero, pensé, esa ausencia no iba a ser por mucho tiempo. Así, aguantando mi cabeza con la mano, te miraba. Te contemplaba. Te adoraba. Mis ojos brillaban anegados en las lágrimas que me causaba el inmenso placer de contemplarte así, junto a mí, boca abajo. El pelo te cubría la cara y tu cuerpo descansaba entre las sábanas, desnudo. O casi, desnudo, porque bajo las sábanas se adivinaban unas minúsculas braguitas que guardaban mi puerta de entrada en ti... De esa forma me pasé... ¡¡ pues no se cuanto tiempo !!. Sólo se que cuando mi mano empezó a recorrerte la espalda, había algo de claridad en la habitación. Suave y dulcemente empecé a viajar por tu cuerpo, desde los hombros a las nalgas, apenas rozándote, sintiendo el leve hormigueo eléctrico de la piel excitada por la piel. Aún dormías, aunque tu respiración ya no era tan profunda ni tan pausada. Daba la sensación de que me había conseguido colar en tu sueño y, en sueños, empezabas a reconocer los dedos que te acariciaban...



Muy despacito, mis dedos empujaron la sábana que te cubría dejando al descubierto tu cuerpo, perdido, relajado, brillante, hermoso... Y con esa visión noté cómo mi pene iba creciendo poco a poco... Como fluía la sangre en mi interior con sólo contemplarte... Cómo se despertaban mis sentidos al conocer el futuro inmediato... Me acerqué un poco más a ti, sin rozarte. Retiré el pelo de tu nuca y con ello ya tenía el camino franco desde ese lugar hasta tus pies... Y empecé el recorrido con mis labios. Un leve roce en tu nuca... Creo que fue en ese momento cuando adquiriste consciencia de donde estabas, pero esa misma consciencia-inconsciencia hizo que te quedases así, quieta, dejándome hacer a mí. Luchando por permanecer en el sueño, en esa ola de placer que se nos avecinaba. Mis labios recorrieron de punta a punta tu cuerpo. Desde la nuca, pasando por esa vena de tu cuello que indica el camino a seguir por tu espalda, notando como la piel se eriza, responde al estímulo del amor y del placer... Hasta llegar a tus nalgas, redondas, firmes, duras... Y allí me entretuve con mis labios....y con mi boca que quería besarlas... con mis dientes que deseaban mordisquearlas.... con mi lengua que se moría de ganas de colarse entre ellas y alcanzar la fuente que empezaba a brotar muy cerca... Pero quise aprovechar el momento y la oportunidad que tenía ante de mi de poder hacer contigo el motivo de mi placer, y continué el viaje más abajo con el fín de que fuese más duradero. Por tus muslos, detrás de tu rodilla y hasta llegar al talón... Cuando estaba en ese lugar, casi sin darme cuenta, te giraste hasta quedarte boca arriba... Tenías los ojos cerrados y hubiese pensado que estabas dormida si tus pezones erguidos y duros no delatasen que ya estabas viviendo el sueño. No me importaba que siguieses en ese estado de duerme-vela. Es más, el juego me estaba excitando aún más...

 

Pasé mi lengua por entre los dedos de tus pies, chupándolos, sorbiéndolos hasta dejarlos completamente bañados de saliba... La delicia de ese gusto me animó -por si no lo estaba lo suficiente- a continuar el camino a la inversa... Los labios se pasearon por tus rodillas, tus muslos... Resistieron, no se cómo, la tentación de meterse entre tus muslos, rodeando su interior por las ingles, casi descubiertas de tela. Y, desde ese lugar, pasando por el costado, llegaron hasta tu pecho. Ahí si que no pude evitar el que mis labios se parasen, justo debajo de tu pecho. Me encanta tanto el poder abrazar tu pecho con mi boca... Me causa un placer tan enorme el saborear tus pezones erguidos, tiernos, suaves y duros a la vez, con mi lengua... Estuve un buen rato lamiendo, acariciando con mis labios, sorbiendo, chupando. Hasta que noté cómo tu respiración se agitaba, como tu cuerpo se arqueaba a pequeños impulsos y cómo tu boca se entreabria. Comprendí que el calor que estabas sintiendo había resecado tu boca... Y fui en busca de ella... La encontré con el sabor dulce y fresco de la mañana... Nos regalamos un largo beso. Nuestras lenguas se enroscaron con esa ternura de los amantes que quieren que el momento no se acabe nunca. Con el afán de hacerlo eterno. Te abrazaba y ya me puse muy junto a ti, para que notases, palpases, acariciases toda la extensión de mi excitación, de la dureza de mi pene en contacto con tu piel.

 

Separaste las piernas menos de un palmo, lo suficiente para invitarme. Ahora, mientras nos besábamos, eran nuestras manos las que acariciaban nuestro cuerpo. Bajé mi mano por tu pecho, acariciando tus pezones, pellizcándolos, suavemente eso si, con mis dedos... Bajando por tu vientre y llegando hasta tu pubis que se ofrecía generoso. Mis dedos se entrelazaban con tu vello, peinándolo suavemente, evitando a conciencia ir más allá, donde termina... Quise que tu deseo llegase al límite. Que me pidieras, me suplicaras la caricia. Tanto como yo lo estaba deseando en ese momento en que mi pene no paraba de crecer entre tus manos que lo acariciaban... Sin poder aguantar un segundo más, te pusiste sobre mi. Todas las protuberancias de la parte inferior de mi cuerpo fueron encontrando huecos donde anidar sobre ti. Mis rodillas en tus corvas, tus nalgas en mis ingles, mi vientre en tu cintura, mi pecho entre tus omoplatos. Llevé mis manos hacia tus pechos, sintiendo el placer sólido de la presión suave y glandular de ellos. Descansaste todo el peso sobre mí y nos abandonamos tácitamente a la exclusividad de nuestro placer recíproco.

 

¿ Te has dado cuenta que hacer el amor es como una tregua, un lapso de tiempo durante el cual pudiéramos aliviar la alienación y encontrar una comodidad pasajera en la unión de nuestra comunicación física ?. En ese momento, cuando se hace el amor el lenguaje es elemental y las cualidades están claras: sí, no; pasión, ternura; dentro, fuera; agresividad, pasividad, y así sucesivamente a lo largo de toda la experiencia. Cuando imagino que hago el amor contigo, la disposición de ánimo que tengo adopta la forma, cuando no la esencia, de una expresión que comprende la música, incorpora la danza y alcanza la poesía.

 

En un movimiento algo impreciso, me puse encima de ti. Dejé caer mi pene debajo de tus nalgas. Mi glande acarició el borde de los labios de tu vagina. Su pelo cosquilleo mi piel. Fui bajando mis manos hasta el hueco de tu tórax y estómago vulnerables. Puse mis palmas sobre tu vientre y empecé a jugar con mis dedos en tu vagina, arañando y presionando en los pliegues sensibles. Luego deslicé un dedo dentro, donde la humedad empieza, y lanzaste un grito sofocado que estremeció todo tu cuerpo. Mi pene alcanzó el límite máximo de dureza y lo empujé contra la entrada de tu vagina. Mi pelvis empezó a balancearse, forzando la entrada de mi pene en la cálida abertura de tu entrepierna. Cuando empezaste a gimotear, a jadear, me sentí completamente duro. Ahora mi pene se apoyaba en tu clítoris, excitándole, incitándote. Empezaste a moverte muy rápido, tratando de atrapar mi pene en tu vagina, pero yo me escapaba y seguimos el juego. Hasta que me susurraste que te penetrara y me quedara allí. En tus entrañas... ¿ Te has fijado en la riqueza de sensaciones que se experimentan en ese momento ? ¿ Verdad qué sabes que si te eludo cuando parece que vamos a llegar al orgasmo, es símplemente para que alcances tu máximo nivel de energía ?. Levantaste y aplastaste tus nalgas contra mí en casi una súplica y las oleadas cálidas que me recorrieron por dentro aceleraron mis movimientos, confundiendo todas mis posturas e imágenes. Y cuando ya no pude resistir más la tensión, tu vagina me atrapó y me hundí en ella con un fuerte grito de placer-dolor, y empecé a nadar en la deliciosa, cálida y espesa hondonada de tu cuerpo.

 

Te pusiste de rodillas y extendiste el torso, con los brazos apoyados delante de la cabeza, ofreciéndome tu centro, para que te penetrase a mi propio ritmo y velocidad. Estabas bien, te notaba bien permaneciendo quieta, dejando que las sensaciones te inundaran. Hicimos así, el amor durante casi una hora, pasando por docenas de cambios, algunas veces aplastándome brutalmente dentro de ti para después acariciarte suavemente los labios internos en los bordes con la punta del pene; o balanceándome de un lado a otro, de forma errática, para luego serenarme, sintiendo la palpitación de mi órgano en lo más profundo, como un submarino en una gruta a la escucha de sus ecos. Me introduje en tí con golpes iguales, hasta estallar en tu interior. Me erguí y te volví a penetrar hacia abajo en pronunciado ángulo y luego me dejé caer para que hiciésemos el amor desde abajo e irrumpir en el techo de tu vagina. Hice el amor con tu olor, con tu visión, con tus posibilidades. Finalmente, te puse sobre tu costado derecho y levantaste una pierna, contemplando cómo mi pene se hundía en tu entrada...Estabas toda, vello mojado y calor tembloroso. Tuviste un orgasmo.

 

Y cuando me sentí físicamente cansado te pusiste de rodillas, como si rezaras en la iglesia; doblaste la cintura, poniéndote hacia delante, la espalda curvada y el vientre colgante, con la vagina dispuesta para la penetración más profunda, y me entregué a un movimiento sin obstáculos, moviendo con rapidez mi pelvis, dejando fluir libremente la energía de todo mi cuerpo, gozando del placer violento de tu vagina cogiendo y sosteniendo mi pene mientras me deslizaba dentro y fuera de ti....Dejé que el esperma brotara y se derramara dentro de tí. Di un grito como si la vida se me fuese en ese instante cuando era la vida lo que venía... ¡¡ que paradoja !!

 

Poco a poco fuimos hundiéndonos en la cama, extendiendo el cuerpo, tú sobre mí, ambos exactamente en la misma postura de antes de empezar a hacer el amor. Y así, abrazados, fundidos el uno en el otro, nos quedamos en el cielo que acabábamos de conquistar y del que no queríamos regresar....Eran las 9 de la mañana...

Cuento para todo tiempo

Cuento para todo tiempo

 

Érase otra vez una linda mujer de un País lejano que vivía en un País menos lejano. Residía en un pueblecito pequeño y muy tranquilo, tan diminuto y plácido que la señora en cuestión no encontraba allí varón que le llenase sus horas de soledad y desasosiego sexual.

 

Como estaba todavía en edad de merecer y le acuciaban las urgencias de la libido pensó que, como era año de Olimpiadas, lo mejor era organizar una competición entre los varones con los que hembra contactaba a través de los medios virtuales. El ganador sería aquél que antes llegase a su entrepierna.

 

Todo aquél con alguna gracia era reclutado por la fémina enseñándole el premio que se llevaría si era el primero que llegase hasta tan íntimo lugar. Alentaba a los competidores con mucha pasión, prometiéndoles a cada uno sin que el otro lo supiese, que era el elegido y, a ciencia cierta, que conseguía la entrega entusiasmada de los varones que, como se sabe, son seres simples que evalúan su deseo por los recursos naturales de las damas y no por otras cosas menos tangibles. Hasta que quedaron dos finalistas o tal vez más –este cronista no puede precisar el número exacto de ellos porque, las horas que la mujer empleaba en su particular Olimpiada eran muchas y sus visibles encantos a los varones evidentes- a los que precisó debían acudir a recoger el premio. Su perla como ella lo llamaba.

 

Pero hete aquí que uno de ellos se retiró de la competición al comprobar el engaño de la damisela que a todos deseaba y que solo a uno recompensaría. Así pues el finalista se lo hizo saber a la gentil dama, que ya no competía por tan valioso trofeo. Y ella, con aparente pesadumbre, pareció aceptar su decisión. Pesadumbre que no era tal porque la linda mujer de un País lejano ya tenía el recambio que le apagaría un fuego que amenazaba por consumirla. Y así fue. Llegó un hombre de un País menos lejano impulsado por tiempo largo de abstinencia y dio satisfacción a la hembra comprobando que, aquella deseada perla, era del todo natural. Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado… o no

 

Moraleja: El hombre es primitivo y simple y siempre encontrará una mujer que le preste su disfraz para que se sienta menos primitivo y simple y para que haya varón que pueda contar esta historia.

Estrellas

Estrellas

Desde siempre he pensado que las estrellas están formadas por la sustancia que le damos nosotros. Cuando dos personas se encuentran en este, a veces, oscuro mundo que es “La Red” o en el otro, en el físico, no exento de oscuridad, nace paralelamente una estrella. Un astro que puede adquirir las más diversas formas, dimensión, texturas e, incluso, colores dependiendo de la materia que le hayamos dado a nuestros sentimientos. Porque para mi, las estrellas, están formadas por esas emociones, por esas pasiones, por ese entusiasmo, por ese calor que le damos a nuestras relaciones. Así me hago la ilusión que todas las personas que se han cruzado en mi vida están ahí, en el firmamento. Unas, luminosas y brillantes, no se apagarán nunca a mis ojos. Otras, puntos pequeños, dejarán de ser perceptibles a mi vista a medida que vaya envejeciendo. Muchas, ya han pasado como estrellas fugaces, efímeras y espectaculares, para no volver nunca. Por eso me gusta contemplar la noche oscura cuando abre su manto y me deja contemplarlas. Para ver quién sigue ahí y quién se pierde en mi memoria. De vez en cuando, sobre todo en las noches limpias de agosto, veo pasar una estrella fugaz que va a su escondrijo oscuro del Universo, para recordarme la fragilidad de la materia de la que estamos hechos.

 

 

Sucedió en el siglo XXI (segunda parte)

Sucedió en el siglo XXI (segunda parte)

El desempleo apretaba más que el frío de aquél mes de enero de dos mil nueve. Una tormenta de malos indicadores económicos arreciaba sin que los paraguas que había previsto el gobierno socialista de Zapatero -que meses antes tanto distraían al personal- sirvieran para frenar el descontento de la masa social. Una masa social que se encontraba hipotecada, mal pagada y burlada, hacía poco menos de un año, por un ministro de economía que actuaba al dictado de su presidente de gobierno acuciado por las urgencias electorales.

 

Las aguas revueltas acabaron por provocar una inundación en forma de huelga general para ese día de enero. Huelga general que en mi caso solo lo era de puertas para fuera porque, de puertas para dentro, continuábamos con nuestra actividad “más” que normal. Bueno, no todos ya que los miembros del comité “de la” empresa –y entiéndase con todo su significado la preposición articulada- habían acudido a la manifestación convocada por los sindicatos no fuera que no los encontrasen coreando las consignas de rigor y les tildasen de esquiroles, que, como se sabe, es la mayor ofensa que se le puede proferir a un sindicalista.

 

A mediodía todos los noticiarios se hacían eco, como no, de la huelga general y del éxito de la misma en una jornada marcada “por la ausencia de incidentes importantes salvo la reiterada, constante y flagrante vulneración del derecho a trabajar por parte de los piquetes informativos “ (el añadido en letra cursiva es mío. Ningún informativo se atrevería a dar ese tipo de información) Como cada día después de ejercer el democrático y necesario derecho al alimento, me dispuse a otra operación no menos importante para el bienestar del espíritu y sobre todo del cuerpo. Había llegado el momento de echar una siesta como suelo hacerlo –presumo que así lo hacemos much@s- sentado en el sofá y dejando que el runrún del televisor actúe como anestésico. Las declaraciones de los dirigentes sindicales apostando a que “ante la respuesta tan contundente de los trabajadores y trabajadoras el gobierno debía tomar medidas”, me estaban llevando al deseado estado de atontamiento que se patentiza, en mi caso, por un hilillo de saliva que empieza a desparramarse por la comisura izquierda de la boca –tengo una tendencia natural a que sea ese lado y no otro el que gotee- cuando hubo algo que me sacó del beatífico sopor.

 

Después de las declaraciones de los mandamases sindicales, políticos de todo pelaje y ubicación política, los reporteros se dedicaron a entrevistar a la gente que se manifestaba en aquella “magna concentración” para que los ciudadanos de a pie valorasen o dijesen lo que les viniese en gana sobre la huelga. Fue entonces cuando la vi, allí delante de mí como la otra vez en la entrevista de trabajo pero más pequeñita y en la tele. La reconocí al instante aunque su aspecto estaba algo cambiado. Estaba embarazada. A su lado un hombre que, por lo que dijo ella después, supe que era su marido. La entrevistadora le puso la alcachofa para que contestase alguna pregunta que debía tener relación con el motivo de aquella manifestación –la sorpresa por verla en televisión me impidió prestar mayor atención a la interpelación de la reportera- ya que ella contestó:

 

     - Llevo más de un año buscando trabajo y, a pesar, de haber ido a ya no sé cuantas entrevistas, no ha habido manera. La verdad es que es desesperante porque nos hace mucha falta… Ya sabes la hipoteca del piso, la vida que cada día está mas cara a mi marido le han rebajado el sueldo a la mitad y ahora, con “lo que viene”, fíjate la que nos espera. No tendré ninguna oportunidad –apostilló mientras se ponía las manos sobre su barriga.

 

      - ¿Y qué creéis que sucederá después de esta manifestación? – les preguntó a ambos la cronista de circunstancias.

 

     - Pues que todos los trabajadores y trabajadoras –enfatizó él la palabra trabajadoras- tengan las mismas oportunidades en el mundo laboral, que se aplique realmente la normativa sobre la conciliación de la vida laboral y familiar, que la mujer, a igual trabajo cobre el mismo salario que el hombre, que … -hizo una pequeña pausa- no se considere el embarazo una enfermedad, que se forme por igual a las mujeres que a los hombres, que alcancen, en definitiva, la misma responsabilidad las mujeres que los hombres en las empresas- al llegar a este punto el marido, José, estaba enardecido por sus propias palabras, tanto que la gacetillera le dijo:

 

       - ¡Se nota que vives con intensidad los problemas laborales de la mujer!

 

      - ¡Si! ¡Y que lo digas! – la voz de María sonó con estridencia- Me ha ayudado muchísimo en este año largo que llevo sin trabajar. No sé lo que hubiera sido de mi sin su apoyo y sacrificio.

 

Al llegar a este punto ya estaba lo suficientemente despierto para sentir como era prisionero de la indignación así que decidí liberarme de ella apagando el receptor mientras pensaba en el triste destino, no ya del género femenino, sino de nuestra especie mientras hubiesen “adalides” de la mujer como José y “Marías” que les creyesen.

 

No obstante, por lo que supe después, aquella intervención televisiva de la pareja no pasó inadvertida para alguien que pensó que el matrimonio le podría sacar de un apuro. Y cogió el teléfono… (continuará)

Esas pequeñas cosas

Esas pequeñas cosas

 

Le llenó de grandes palabras, de gestos excepcionales. Le llenó, en definitiva, de todo aquello que ya conocía porque tenía a rebosar sus recipientes de sentimientos enlatados. Sin embargo olvidó los detalles, esas pequeñas cosas por donde se escapan esos “te quiero” o los “te amo”, tan elásticos, que hasta son capaces de alcanzar la dimensión exacta de las hendiduras abiertas por los fragmentos llenos de significado.

De vuelta a medias

De vuelta a medias
Nos devanamos los sesos buscando con ahínco las fórmulas que nos alarguen la vida pretendiendo, además, conjugar esa existencia con el aspecto que teníamos cuando nuestra piel era tersa y la fuerza de la gravedad terrestre no nos había ganado la partida, sin percatarnos que la solución es sencilla. Está ahí, a nuestro alcance. Nada más hace falta que alguien la ponga en práctica y transmita su experiencia a las generaciones futuras que, en ese futuro, ya no serían futuras sino siempre presentes porque probablemente –y ese es un hecho que se debería contrastar- ganaríamos la inmortalidad. Con la técnica que he descubierto o, mejor dicho, pensado, ya nos podemos olvidar de los “navajazos técnicos” en nuestro cuerpo –la cirugía no deja de ser eso- de las dietas inacabables y de las maratonianas sesiones de gimnasio. Siempre tendremos el aspecto de nuestros veinticinco o treinta y tres años o, para quién no se gustase a esa edad, el que hubiese deseado ¿Cómo? Muy fácil. Todo consiste en viajar, en avión preferentemente, hacia lugares que estén por detrás en nuestro horario. Ya sé que la solución tiene varios problemas como, por ejemplo el que habría que estar siempre viajando -con lo carísimo que eso resulta- en un espacio limitado, por lo que nos obligaría a elegir muy bien nuestra compañía… aunque seguro que continuamos equivocándonos. A lo mejor el esfuerzo merece la pena. Vivir con la única preocupación de conservar una apariencia joven sin más actividad que dejarse llevar, lejos de los problemas que invariablemente esperan a tu regreso, sin pensar en la aclimatación de los ritmos circadianos producida por el “jet lag” y, sobre todo, que el reloj biológico volvería a su funcionamiento habitual avanzando hacia… Bueno, hacia eso que le llaman “vejez”. Tal vez merezca la pena pero, de momento, no seré yo quién haga el experimento. Prefiero arrugarme. Quizá lo consiga. Feliz regreso.



Me voy ...

Me voy ...

Al norte de Barranquilla porque me han asegurado que allí también hay caimanes ... con alas. Para volar o para las compresas, tanto da. Lo interesante es que allí estaré y espero encontraros a tod@s a mi vuelta. Si estáis prometo pasaros todos los vídeos y enseñaros las fotos tal y como hacen los parientes y vecinos "plastas"... Besos y no dejar de pasaros. Me anima ver esto lleno de visitas.

 

 


 

 

 

¡Quiero volver a trabajar!

¡Quiero volver a trabajar!

A mi esto de hacer vacaciones siempre me ha planteado una serie de dudas. Definida la “vacación” como el descanso temporal en la actividad habitual, principalmente del trabajo remunerado o de los estudios y puntualizado el “descanso”, como la quietud o reposo en el trabajo, cabe discernir si lo que en realidad estoy haciendo son vacaciones u otra cosa que denomino como tal y si esa circunstancia merece más la pena disfrutarla que el trabajo.

 

 

Suelo aprovechar el período llamado “vacacional” para realizar un corto viaje que coincide con los primeros días de la interrupción laboral. En verano no cometo la temeridad de coger el avión no vayan a cancelarte el vuelo por una huelga de última hora, perderte las maletas o, lo que ya sería fatal, tener un accidente. O todo a la vez. Así que me desplazo con el coche y como el lapso de viaje es escaso, los quilómetros muchos y “hay tantas cosas que ver”, me pego unos madrugones impropios de un horario no laboral. Ahí ya empieza a quebrar el concepto de vacaciones. No hay día en todo este periplo que me haya levantado más allá de las nueve de la mañana, cuando lo propio sería hacerlo a la hora de comer pero, claro, “hay tantas cosas que ver” ¿Y las palizas que te das venga a caminar y caminar? Recuerdo un día que buscando el nacimiento del río Matarraña (en la comarca del mismo nombre, Teruel, que también existe, “una maravilla, oiga usted”) me pasé seis horas subiendo y bajando montañas, siguiendo el curso del río por senderos imposibles llenos de piedras de las de “ríete de las del riñón” y, para acabarlo de arreglar, poco hidratado y mal calzado. Segundo concepto que quiebra con el de mi trabajo habitual en el que mi despacho está en la planta baja, lo que me ahorra las escaladas y en el que bebo todo lo que me place. ¿Y las atrocidades al descanso que se perpetran con el consabido “hay tantas cosas que ver”?. Horas y horas pateándose calles adoquinadas, martirio de pies, moviendo la cabeza para un lado y otro, para no perderse “ni una piedra”, cargado con los utensilios de filmar y fotografiar porque, claro,“hay que enseñar por donde hemos ido a l@s amig@s” sino ¿quiere alguien decirme cómo alimentamos su envidia?. Tercer punto de fricción entre el sufrimiento vacacional y la bondad del trabajo. En éste procuro que mis movimientos se limiten al máximo, mi cabeza se centra en un punto concreto con lo que evito el daño cervical y no tengo nada que fotografiar para enseñar a mis amig@s, más que nada porque tod@s gozamos del mismo espectáculo. ¿Y qué deciros del calor? ¡A cuarenta grados a la sombra en Toledo y sin poder regular la atmósfera con el aire acondicionado como en el trabajo! Vamos que se entiende el porqué la gente sale a pasear por la ciudad a partir de la medianoche. Y claro, entre el acostarse tarde y levantarse pronto, el descanso no cumple ni de lejos, con el mínimo laboral establecido reglamentariamente.

 

 

 

 

Podría pensarse que todos esos inconvenientes del viaje finalizan cuando se llega al lugar ‘oficial’ de vacaciones, vamos, donde uno tiene la casita al lado de la playa. Craso error si se piensa que uno puede vaguear y dedicarse a la vida contemplativa mirando al cielo viendo pasar la migración de las golondrinas a partir del diez de agosto. Cuando se tiene una “apareada” (sic) en la playa y oficialmente se está de vacaciones, se ha de aprovechar para arreglar el jardín, hacer esas ‘pequeñas cosillas’ de bricolage en la casa, “claro, ahoraquetienesmastiempopuedesdedicarteaello” –por cierto, este año me tocó pintar el garaje, actividad que merece un artículo aparte- amén de dedicarte a las niñas (la mayor con el consabido “jet lag” desde que regresó de Ibiza y visible a las horas de comer y de desayunar cuando regresa de “diosabedonde” y, la pequeña, totalmente asilvestrada desde que nació) y a la familia en general (no entiendo porqué ya que está comprobado que, después del período vacacional, es cuando más rupturas matrimoniales se producen), a los saludables baños de mar (lleno de medusas), a los bucólicos atardeceres, a los grillados (de grillos) anocheceres, a las tormentas de verano, a las cenas a la luz de la Luna y de las velas que ahuyenten los dichosos mosquitos, a que tienes que preparar el barco para tratar de navegar en un Mediterráneo de tránsito peligrosísimo dada la cantidad de “tragamares” que circulan por él, a leerte todos los libros del mundo para que no te tilden de poco leído, a ver la “tele”, especialmente los programas del corazón ya que si no lo haces, corres el peligro de quedarte sin conversación en las tertulias ‘post-vacacionales’ con los amig@s, a hacer más deporte que en el gimnasio porque “novamosaperderelpastóninvertidoenelgimnasioenunmesdeinactividad”, a reventarte haciendo quilometrajes que no se deben, a la edad de uno, en bicicleta, en fin a dedicarte a todo aquello que se denomina erróneamente “vacaciones” y que tan alejadas están de la denominación de “descanso” que cita nuestra Real Academia de la Lengua Española y de la realidad de lo que deben ser. Y todo eso te cuesta, además, un pastón. Ahí quiebra el último principio de lo que deben ser unas vacaciones. El dineral que todo ese presunto “descanso” supone. Sin embargo por trabajar, te pagan.

 

 

En definitiva que he llegado a la conclusión que eso de las vacaciones es una tomadura de pelo y, por tanto, lo que hay que hacer es erradicarlas y dedicarse los doce meses del año a trabajar que es, de largo, mucho más descansado que el vacacionar. Cuando vuelva al trabajo el lunes, pensaré en todo ello y me sonreiré al ver lo insensatos que son todos aquellos que nos miran con cara de satisfacción porque empiezan sus vacaciones, mientras nosotros tendremos que esperar once meses para volver a “disfrutarlas”.

 

 

(NOTA: Este escrito está dentro del programa de autoconvenciomiento que me ha recomendado mi psiquiatra que siga para evitar la depresión que cada año me produce el tener que reintegrarme a mi actividad laboral)

Te encuentro a faltar

Te encuentro a faltar

Aún no te has ido y ya te echo de menos. Recuerdo con nostalgia nuestra huida de la ciudad en busca de la soledad . El retiro que nos brindó aquél río que escalamos hasta las fuentes de su nacimiento . Las noches cargadas de estrellas luciendo sus mejores galas y  la luz de la luna reflejándose en las montañas recortándolas en el horizonte como si fueran las murallas que protegían nuestro abandono. Todo, en nuestras cenas, invitaba al dulce placer que nos ofrecía la quietud y la tranquilidad de una naturaleza viva.

 


 

Perpetuaré en  mi memoria el recorrido por pueblos y ciudades de los que pude escuchar, en el sosiego que tú me regalaste, a sus piedras, calles y plazas llenas de historia, andar por sus recovecos, descubrir leyendas, conocer tradiciones.



No olvidaré los amaneceres en la playa, caminando descalzo por la arena, sintiendo su tacto freso y suave. El despertar tranquilo, ciego de despertadores y ausente de compromisos que azotaban mis días sin ti.  Guardaré para siempre en mi memoria, cómo me zambullía en las tibias aguas del Mediterráneo dejándome mecer por su balanceo, siendo uno en perfecta conjunción con ese Mar. En esos momentos me gustaba encararme al cielo para ver sus ojos y pensar en ti, a sabiendas de que estabas conmigo, rodeándome.



En mi mente se agolpan ahora, las comidas llenas de largas sobremesas, los libros que nunca me acababa y que, ahora, gracias a que tú estás a mi lado, los guardo para siempre en mi memoria. Me quedaré perennemente con el sabor de esos paseos serenos al lado del Mar, con el privilegio de ver con mis propios ojos, cómo son sus atardeceres. Sabré, a tu lado, de esa luz tan especial.



 Esas pequeñas cosas son las que me hacen desearte con toda mi alma, sabiendo que dentro de poco te irás con otro. Pero aún así, seguiré echándote de menos, mis amadas vacaciones. 

Serpientes de verano

Serpientes de verano

Tiene la denominación de “serpiente de verano” aquella noticia que es noticia sólo durante el período estival. Es decir, que nace y muere con el verano. Veamos algunas. El gobierno de Albania ha tenido la iniciativa de vender terreno al precio de un euro el metro cuadrado con la finalidad de incentivar la inversión extranjera. Me pregunto si es por eso por lo que en nuestro País, gobierno y oposición, no se ponen de acuerdo en el número de  hectáreas quemadas en la Comunidad gallega . No sea que, en un futuro, no vaya a salir alguna urbanización o algún campo de golf menos. 

Seguimos en nuestro País. Desde algún sindicato afín a la administración Rodríguez Zapatero (¿y quién se atreve, excepción hecha del PP, a no ser afín al ínclito prócer?) se está abogando porque los trabajadores de tierra del aeropuerto del Prat de Barcelona, se queden sin sanción por la ocupación de las pistas el pasado viernes 28 de julio y que supuso alterar, cuando no fastidiar, las vacaciones de 200.000 ciudadanos. No es de extrañar que el individuo en cuestión, sea fichado como ideólogo en la administración socialista para potenciar la política del perdón y del indulto en aras de la paz que, nuestro actual ejecutivo, ha decidido que exista. 

Para terminar una buena noticia. O, al menos, una noticia que no afecta directamente a nuestro Planeta. Se va a incrementar nuestro sistema solar en tres nuevos planetas, en tres nuevos astros pasando de los nueve actuales a doce. La Unión Astronómica Internacional ha decidido dar carta de naturaleza a Ceres, Caronte y 2003 UB 313 (Xena para los amigos). 

¿Serpientes de verano? No. Culebrones de todos los días.

 

Vengo a regalaros la Luna

Vengo a regalaros la Luna Vengo a regalaros la Luna para que ilumine el camino que os lleve hasta vuestra amada y, juntos,  busquéis ese lugar cerca del mar, dónde esta noche os lloverán las estrellas. Son lágrimas del cielo que llora impotente porque no puede apagar nuestras miserias

La leyenda...

La leyenda...

Cuenta la leyenda que un mendigo se dirigió a un próspero pueblo para pedir que le diesen de comer. Una a una todas las casas le fueron negando la ayuda hasta que, unas mujeres que hacían pan, le prepararon uno en su horno. Echaron la masa y el pan creció tanto que casi no pudieron sacarlo. Al hacer el segundo pan las mujeres decidieron poner menos masa que en el anterior, pero el pan aún creció más que el anterior y tuvieron tantas o más dificultades que el anterior para sacarlo del horno. Al mendigo le dieron el primer pan para que satisficiese su hambre.


 

 


El indigente, que al comer recuperó los poderes mágicos que poseía, decidió dar un escarmiento a los habitantes del pueblo. A las mujeres que lo habían socorrido les dijo que subieran a lo más alto del pueblo ya que iba a anegarlo. Tan pronto lo hubieron hecho, pronunció las palabras mágicas que dicen todos los personajes en las leyendas y, de repente, empezó a manar agua de la tierra, como una gran fuente que pronto dejó bajo las aguas las casas del pueblo, excepto una pequeña isla que nunca se cubre y que era precisamente donde se ubicaba la tahona en la que fue acogido el pobre.


 

 


Y dicen que, en la noche de San Juan, quién se acerca a esas aguas puede oír el tañer de las campanas de la que fue la iglesia del pueblo.


 

 


Por eso, en los lugares de la zona, se suele comer bajo tierra…

De viaje ..

De viaje ..

Este fin de semana estuve de viaje. Trabajos y placeres se mezclaron. Como siempre, me alborotaron alma y cuerpo y ambos vinieron algo más llenos y cansados que cuándo me fui el viernes.




Como por estos lugares virtuales gusta proponer juegos, no voy a ser menos y haré lo propio. Os propongo que adivinéis dónde estuve. Las primeras pistas, las fotos que estáis viendo. Si no conseguís acertar, colgaré fotos más evidentes… de los lugares, no de los placeres.






Un último apunte. A pesar de mis temores (confieso) a coger aviones, cosa que hago con frecuencia, sé porqué esta vez el bólido volador me causaba confianza. Por eso inmortalicé el aparato.






Y por supuesto hay premio…

Fría seducción

Fría seducción

La montaña es una mujer que, cuando se engalana, le pide al cielo la cubra de nieve. A mi me encanta acariciarla deslizándome suave y lentamente por sus laderas llenas de blanco… y ella me corresponde. Lo se porque noto como calienta la tierra que le sirve de lecho.

 

Por eso me echan de todas las estaciones de esquí, porque les fundo la nieve y les arruino el negocio.



(El autor con cara de espanto pensando en toda la nieve que se tenía que comer)

 

 

(Estilo depuradísimo de bajada)
 
 

(Preparándome para volar, perdón, levitar)

 

 

(Lo conseguí. Sin los esquíes en la nieve)

Por la pista larga

Por la pista larga Ya que nadie se atreve a intentarlo conmigo por la pista corta, me voy a ver si alguien es capaz de arriesgarse por la pista larga. Nos leemos en unos días y, si no nos leemos, que sea por falta de luz...

Operación retorno

Operación retorno Casi finalizado el mes vacacional por excelencia, agosto, nos vamos reincorporando a nuestras tareas habituales y, con ello, se ponen en marcha los comentarios de costumbre con los compañer@s de trabajo recién reencontrados tras el período de presunto descanso.


Así en miles de centros de trabajo se oirán conversaciones cómo esta:


“¿Y qué tal las vacaciones?”


“¡Cortas!”


Y la respuesta: “¡Si es que lo bueno dura poco!”, seguramente porque quién lo dice, le habrá parecido escasa la estancia en las salas de espera de los aeropuertos o, tal vez, en las de los hospitales víctima de la salmonelosis o, si es un veraneante afortunado, esperando turno para poder clavar la sombrilla en alguna playa abarrotada del Mediterráneo, sin hablar de la cantidad de nuevas amistades que se hacen en los atascos que se producen a la salida o entrada de cualquier capital.


Si la pregunta de “¿Y qué tal las vacaciones?” se efectúa a algún compañero o compañera que se haya reincorporado unos días antes que nosotros, la respuesta será sin duda la que sigue:


“¡¡ Uuuuyyyy ¡! ¡¡ Ya casi ni me acuerdo ¡!”. Eso es rigurosamente falso a no ser que el individuo o individua sufra alguna enfermedad que le afecte a la memoria. Porque es que, las vacaciones las estamos recordando todos día a día, minuto a minuto, contando el tiempo desesperados hasta las próximas.


Y, cuando comentamos eso, siempre hay el o la optimista que se intenta hacer el gracioso o graciosa, que con una sonrisita dice: “No te preocupes. Ya falta menos para volver a empezarlas”. Eso es una auténtica gilipollez y que, además, me pone de muy mala leche. ¡¡ Once meses que me quedan para las próximas ¡!. Le parecerán pocos al idiota ese. ¡ Será capullo ¡.





Pero bueno lo que ya no soporto es cuándo después de haber consumido tres semanas de vacaciones, viene el de siempre comentando: “Si es que tres semanas en verano ya está bien. Es que yo, con tantos días, llega un momento en que ya no sé qué hacer”. Comentarios como ese deberían ser considerados delictivos por apología e incitación a la violencia. A esos personajes deberíamos marginarlos de nuestra sociedad poniéndolos a trabajar pero de verdad y, si continúan en su antisocial actitud, encerrarlos de por vida en algún lugar para descerebrados irrecuperables. ¡¡ Pero cómo se puede decir eso ¡!. Si entre leer, escribir, pasear, navegar, ir en bicicleta, estar con la familia, con los amigos y demás, casi no queda tiempo para no hacer nada que es de lo que se trata en vacaciones.


Así que no es de extrañar que cada año en el regreso de las vacaciones, nos ataque la consabida “depresión post-vacacional”. Y es que no hay mente, en su sano juicio, que resista el retorno de nuestra estupidez.